En un artículo de Manuel Pimentel, titulado Convivencia, en el libro Glosario para una sociedad intercultural, coordinado por Jesús Conill, y editado por Bancaja en el 2002, leemos reflexiones interesantes.
Es un texto que ya tiene 6 años y algunas afirmaciones ya no son, ahora, reales, como ésa de que tenemos una baja tasa de inmigración; pero el fondo del artículo es muy acertado.
Es un texto que ya tiene 6 años y algunas afirmaciones ya no son, ahora, reales, como ésa de que tenemos una baja tasa de inmigración; pero el fondo del artículo es muy acertado.
Uno de los objetivos de cualquier estado es arbitrar los mecanismos de convivencia entre los distintos grupos e intereses que conviven en su seno. La convivencia entre los distintos no es un sentimiento natural, ni aflora espontáneamente. Como mamíferos sociales que somos, anida en nuestras entrañas un fuerte sentimiento de pertenencia a un grupo determinado; nuestra primera reacción ante el extraño será el rechazo. Este comportamiento lo podemos observar en cualquier animal doméstico. Los grupos preexistentes recelarán o rechazarán abiertamente al individuo recién llegado.
Por eso la convivencia entre diferentes no es una pasión natural, sino que es fruto de la cultura, la civilización, el respeto y la educación. Si queremos conseguir una convivencia razonable en nuestra sociedad tendremos que educarnos en los valores del respeto y la tolerancia. Los mensajes deberán lanzarse al intelecto. Si, por contra, nos dedicamos a utilizar mensajes contra el distinto y el diferente, generaremos una profunda reacción, casi sanguínea, de rechazo. Hemos de ser autocríticos con nosotros mismos. En un país como España, donde tenemos la certeza absoluta de que los niveles de inmigración irán creciendo de manera paralela a nuestro crecimiento económico, tenemos que prepararnos para habilitar esa convivencia.
Así, además de las políticas de regulación de flujos migratorios, de acuerdos con los países emisores, y políticas serias de ayuda al desarrollo, deberíamos realizar una doble tarea en nuestro territorio. Por una parte, educar en los valores de respeto y de convivencia, y por otra, arbitrar sistemas eficaces de integración, que han de prever como mínimo inversiones en educación adecuadas, vivienda o sanidad.
Desgraciadamente, no parece que estemos haciendo nada de eso. Al contrario, nuestra población recibe sistemáticamente, incluso desde instancias oficiales, mensajes que siembran el recelo y la desconfianza respecto a los inmigrantes.
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