Hemos elegido el nombre de Odiseo porque para nosotros simboliza la figura del inmigrante, de quien recorre el mundo y experimenta la alegría o el dolor que causa la acogida o el rechazo de aquel pueblo que lo recibe. Queremos ser como Alcínoo, rey de los feacios, quien en la Odisea de Homero, recibe a Ulises con estas palabras:
Oíd lo que os digo, las palabras que mi corazón en el pecho me dicta. He aquí un huésped que no sé quién es; llegó errante a mi casa, venga ya de poniente o de donde amanece la Aurora, nos suplica encarecidamente que lo acompañemos.

lunes, 6 de abril de 2009

Fui forastero...


El pasado mes de octubre de 2008 publicamos un artículo sobre la hospitalidad debida a los forasteros en la Biblia.
Nos detuvimos allí en el Libro de las Crónicas, tras ofrecer citas del Génesis, el Éxodo, el Levítico, el Deuteronomio. Aportamos también palabras de Juan Pablo II y de los obispos españoles en sus mensajes para el Día Mundial de las Migraciones del año 2000.
Seguimos hoy con nuestro repaso a esta presencia de los forasteros o migrantes en la Biblia.

Lo que sigue es parte de un documento que redactamos con la idea de que sirviera de elemento sensibilizador ante el problema que se nos presentó entonces, año 2003: la falta de vivienda en alquiler para inmigrantes, que sufrieron en sus carnes los muchachos que salían de nuestras viviendas semituteladas del Proyecto Bantabá. No había manera de que nadie les alquilara su vivienda, por el color de la piel, por cuestiones de recelo. Las educadoras y los voluntarios nos embarcamos en la operación vivienda y constatamos que había recelo en acoger, aunque se pagara el alquiler "religiosamente", a personas de raza negra o rasgos árabes.

Por eso hay alusiones en este artículo al alquiler de vivienda.
Puede que el asunto esté superado, pero hemos querido dejarlo como se redactó.
La enseñanza de la palabra de Dios y el magisterio de la Iglesia es clara.

El salmista, a la hora de pedir auxilio a Dios, se hace pasar por forastero, porque sabe la predilección de Dios por ellos:

Escucha mi súplica, oh Yahvéh, presta oído a mi grito, no te hagas sordo a mis lágrimas. Pues soy un forastero junto a ti, un huésped como todos mis padres. Salmo 38, 13.

En otro salmo se nos dice cuál puede ser la acción más abyecta que puede cometer el ser humano contra Dios y sus hermanos:

A tu pueblo, oh Yahvéh, aplastan, a tu heredad humillan. Matan al forastero y a la viuda, asesinan a los huérfanos. Salmo 93, 5-6.

Otra vez, forasteros, viudas y huérfanos son lo más débil de la sociedad y hacer violencia contra ellos el mayor pecado a los ojos de Dios, porque

Yahvéh protege al forastero, a la viuda y al huérfano sostiene. Salmo 145, 9.


El Eclesiástico nos recuerda cuáles son las necesidades básicas de todo ser humano y qué triste es vivir en país extranjero sin vivienda.

Lo primero para vivir es agua, pan, vestido y casa para abrigarse. Es mejor comida de pobre bajo un techo de estacas que banquetes espléndidos en país extranjero sin domicilio. (Eclesiástico 29, 21-22).

Isaías nos recuerda cuál es el ayuno que desea el Señor, porque puede ocurrir que ayunemos y oremos y asistamos a la eucaristía y comulguemos con el cuerpo de Cristo, pero no le alquilemos la vivienda a un inmigrante o le miremos con recelo, cuando no con efectivo rechazo:

¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero? - oráculo del Señor Yahvéh- : desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo. ¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa? ¿Que cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te apartes? Entonces brotará tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente. Te precederá tu justicia, la gloria de Yahvéh te seguirá. Isaías 58, 6-8.
Jeremías nos recuerda cuál debe ser la actitud del creyente y cómo podemos mejorar nuestra conducta:

Porque si mejoráis realmente vuestra conducta y obras, si realmente hacéis justicia mutua y no oprimís al forastero, al huérfano y a la viuda. Jeremías 7, 6.

Hasta el punto que la ayuda al forastero se sitúa entre las principales acciones de aquél que practica el derecho y la justicia:

Practicad el derecho y la justicia, librad al oprimido del manos del opresor, y al forastero, al huérfano y a la viuda no atropelléis. Jeremías 22, 3.

Ezequiel, como antes el salmista, insiste en cuál es el peor acto que podemos cometer:

El pueblo de la tierra ha hecho violencia y cometido pillaje, ha oprimido al pobre y al indigente, ha maltratado al forastero sin ningún derecho. Ezequiel 22, 29.

Zacarías es también claro y nos muestra quiénes deben ser los “predilectos” de nuestra acción social:

No oprimáis a la viuda, al huérfano, al forastero, ni al pobre. Zacarías, 7, 10.



“No oprimir” no significa “pasar” de ellos y no hacerles violencia. No sólo significa un rechazo absoluto de racismo y xenofobia, sino que en el no oprimir se incluye el no permitir injusticias contra pobres y forasteros. Expresa nuestra necesaria implicación en los problemas sociales más urgentes y uno de ellos es la atención y la acogida al extranjero, manifestada especialmente en ofrecerle alimento, vestido y vivienda. Y si no hay viviendas particulares que los nativos ofrezcan en alquiler a los extranjeros, la Iglesia tendrá que buscar los medios para conseguir viviendas para ellos y deberá presionar a las autoridades públicas para que solucionen el gravísimo problema de la vivienda, porque sin una vivienda digna el ser humano no puede desarrollar con dignidad su vida.
Y que nadie proteste, ni ponga excusas, como la de no alquilar su vivienda a extranjeros porque la lengua es un obstáculo o por miedo a falta de pago, pues ya lo decía Pedro:

Practicad la hospitalidad unos con otros sin refunfuñar (1 Pedro 4, 9).

La carta a los hebreos insiste y además nos recuerda que puede que hospedemos a ángeles:


Consérvese el amor fraterno. La hospitalidad no la echéis en el olvido, que por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles. (Hebreos 13, 1-2)

Desde luego a quien hospedamos, o a quien acogemos o a quien alquilamos nuestra vivienda en la figura del inmigrante es al propio Jesucristo:

Cuando este Hombre venga con su esplendor acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono real y se reunirán ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa a las ovejas a su derecha y a las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha:
- Venid, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui extranjero y me recogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y fuisteis a verme.
Entonces los justos replicarán:
- Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te dimos de comer o con sed y te dimos de beber?, ¿cuándo llegaste como extranjero y te recogimos o desnudo y te vestimos?, ¿cuándo estuviste enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les contestará:
- Os lo aseguro: cada vez que lo hicisteis con un hermano mío de esos más humildes, lo hicisteis conmigo.
Mateo 25, 31-40

Observemos cómo el Papa nos hace ver que ningún extranjero viene a nuestra tierra por gusto y mucho menos para robarnos el trabajo:

...En muchas regiones del mundo se viven hoy situaciones de dramática inestabilidad e inseguridad. No es de extrañar que, en esos contextos, a los pobres y abandonados se les ocurra la idea de huir en busca de una nueva tierra que les pueda ofrecer pan, dignidad y paz. Es la emigración de los desesperados: hombres y mujeres, a menudo jóvenes, a los que no queda más remedio que dejar su país, aventurándose hacia lo desconocido. Cada día miles de personas afrontan peligros incluso dramáticos con el intento de huir de una vida sin futuro. Por desgracia, frecuentemente, la realidad que encuentran en las naciones a donde llegan es fuente de ulteriores desilusiones. (Mensaje de Juan Pablo II con motivo de la Jornada Mundial del Emigrante del año 1999)

Ya el Concilio Vaticano II nos recuerda que los inmigrantes no sólo no quitan puestos de trabajo, sino que cooperan con los nativos en producir mayor riqueza y bienestar y por ello deben ser objeto de especial atención por parte de los poderes públicos y, como no, de los cristianos para que consigan traer a sus familias y encuentren un alojamiento digno. Además alerta sobre la tentación de explotación de los trabajadores extranjeros:

Constitución Gaudium et Spes
66. Con respecto a los trabajadores que, procedentes de otros países o de otras regiones, cooperan en el crecimiento económico de una nación o de una provincia, se ha de evitar con sumo cuidado toda discriminación en materia de remuneración o de condiciones de trabajo. Además, la sociedad entera, en particular los poderes públicos, deben considerarlos como personas, no simplemente como meros instrumentos de producción; deben ayudarles para que traigan junto a sí a sus familiares, se procuren un alojamiento decente y favorecer su incorporación a la vida social del país o de la región que los acoge.

En cuanto a la necesidad de ofrecer a todo ser humano aquello necesario para vivir la Gaudium et Spes prosigue:

26. Es, pues, necesario que se facilite al hombre todo lo que éste necesita para vivir una vida verdaderamente humana, como son el alimento, el vestido, la vivienda, el derecho a la libre elección de estado y a fundar una familia, a la educación, al trabajo, a la buena fama, al respeto, a una adecuada información, a obrar de acuerdo con la norma recta de su conciencia, a la protección de la vida privada y a la justa libertad también en materia religiosa.
27. Descendiendo a consecuencias prácticas de máxima urgencia, el Concilio inculca el respeto al hombre, de forma que cada uno, sin excepción de nadie, debe considerar el prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente, no sea que imitemos a aquel rico que se despreocupó por completo del pobre Lázaro. En nuestra época principalmente, urge la obligación de acercarnos a todos y de servirlos con eficacia cuando llegue el caso, ya se trate de ese anciano abandonado de todos, o de ese trabajador extranjero despreciado injustamente, o de ese desterrado, o de ese niño nacido de una unión ilegítima que debe aguantar sin razón el pecado que él no cometió, o de ese hambriento que recrimina nuestra conciencia recordando la palabra del Señor: cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis (Mt 25, 40).

Cita además expresamente a los inmigrantes como destinatarios de nuestro servicio y nuestra caridad:

84. Las instituciones de la comunidad internacional deben, cada una por su parte, proveer a las diversas necesidades de los hombres tanto en el campo de la vida social, alimentación, higiene, educación, trabajo, como en múltiples circunstancias particulares que surgen acá y allá; por ejemplo, la necesidad general que las naciones en vías de desarrollo sienten de fomentar el progreso, de remediar en todo el mundo la triste situación de los refugiados o ayudar a los emigrantes y a sus familias.

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