Hemos elegido el nombre de Odiseo porque para nosotros simboliza la figura del inmigrante, de quien recorre el mundo y experimenta la alegría o el dolor que causa la acogida o el rechazo de aquel pueblo que lo recibe. Queremos ser como Alcínoo, rey de los feacios, quien en la Odisea de Homero, recibe a Ulises con estas palabras:
Oíd lo que os digo, las palabras que mi corazón en el pecho me dicta. He aquí un huésped que no sé quién es; llegó errante a mi casa, venga ya de poniente o de donde amanece la Aurora, nos suplica encarecidamente que lo acompañemos.

domingo, 26 de octubre de 2008

Forasteros en la tierra de Egipto

Se proclama hoy en la primera lectura de la eucaristía del trigésimo domingo del tiempo ordinario, segunda semana del salterio, tomada del libro de Éxodo 22, 20:

No maltratarás al forastero, ni le oprimirás, pues forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto.

El texto del Éxodo exige del pueblo de Israel amor y respeto por las personas, en especial las más desfavorecidas: forasteros, viudas, huérfanos, pobres.
Estrechamente relacionado con el texto del Éxodo, lo está el evangelio en el que Jesús manifiesta que el amor a Dios está inseparablemente unido al amor a los hermanos. Interesante, como casi siempre, el comentario de José Antonio Pagola.
Ser hospitalario con el extranjero o forastero es una de las exigencias que Dios reclama de sus criaturas.

Yahvéh dijo a Abraham:
“Has de saber que tus descendientes serán forasteros en tierra extraña. Los esclavizarán y oprimirán durante cuatrocientos años. Pero yo a mi vez juzgaré a la nación a quien sirvan; y luego saldrán con gran hacienda ...” Génesis 15, 13-14.

Ya desde el Génesis, Dios anuncia a Abraham que él y sus descendientes serán extranjeros en tierra extraña, que serán objeto de opresión y esclavitud, pero Él los liberará y recibirán su recompensa.
También hoy, por desgracia, en nuestra sociedad los extranjeros son objeto de opresión y de explotación, la esclavitud de nuestro siglo, incluso por personas que se dicen cristianas. La Palabra de Dios en esto es clara y meridiana: el creyente, el cristiano, el católico no puede tener hacia el inmigrante ningún gesto de repulsión, rechazo, miedo, aversión o recelo; al contrario le debe recibir como un hermano que es, por ser también hijo de Dios y mostrar por él una preferencia especial.
Descubrimos después que nuestro padre en la fe, Abraham, fue él también un forastero que, gozó sin embargo de la hospitalidad de la gente entre la cual vivió, como se ve cuando pide un sepulcro para su mujer Sara muerta.
Luego se levantó Abraham de delante de la muerta (Sara), y habló a los hijos de Het en estos términos: “Yo soy un simple forastero que reside entre vosotros. Dadme una propiedad sepulcral entre vosotros para retirar y sepultar a la muerta”. Génesis 23, 3-4.
Y Het y todos los que allí estaban concedieron a Abraham la mejor propiedad sepulcral que tenían.

Otro gran Patriarca, Moisés, también fue forastero:
Aceptó Moisés morar con aquel hombre (Reuel, Jetró o Jobab), que dio a Moisés su hija Seforá. Ésta dio a luz un hijo y le llamó Guersom, pues dijo: “Forastero soy en tierra extraña”. Éxodo 2, 21-22.

Un texto significativo de la Biblia es aquel que establece una misma ley para nativos y extranjeros:
Una misma ley habrá para el nativo y para el forastero que habita en medio de vosotros. Éxodo 12, 49.

El Antiguo Testamento repite con insistencia la necesidad de ser hospitalario y no oprimir al forastero, recordando el pasado del pueblo de Israel:
No maltratarás al forastero, ni le oprimirás, pues forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto. Éx. 22, 20.

No oprimas al forastero; ya sabéis lo que es ser forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. Éxodo 23, 9.
El Levítico exhorta a proporcionar alimento al forastero y lo equipara con el pobre:
Cuando cosechéis la mies de vuestra tierra, no siegues hasta el borde de tu campo, ni espigues los restos de tu mies. Tampoco harás rebusco de tu viña, ni recogerás de tu huerto los frutos caídos; los dejarás para el pobre y el forastero. Yo, Yahvéh, vuestro Dios. Levítico 19, 9-10.
Además, establece para el hermano que ha caído en necesidad el mismo trato que se da al forastero:
Si tu hermano se empobrece y vacila su mano en asuntos contigo, lo mantendrás como forastero o huésped, para que pueda vivir junto a ti. Levítico 25, 35.
“Para que pueda vivir junto a ti”. En nuestra sociedad actual en la que tantos hermanos extranjeros siguen llegando a nuestro país buscando su sustento y el de sus familias, que han dejado en su país de origen con lo que eso significa para aumentar el sufrimiento que supone llegar a “tierra extraña”, los cristianos debemos dar ejemplo de hospitalidad y acoger con los brazos abiertos a estos forasteros. Y ahora más que nunca, cuando la crisis económica está volviendo las cosas much más difíciles, esta apertura al otro debe ser, si cabe, mayor y más radical.

Nuestra actitud la vemos clara en el Deuteronomio:
Porque Yahvéh vuestro Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores, el Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas y no admite soborno; que hace justicia al huérfano y a la viuda, y ama al forastero a quien da pan y vestido. Ama, pues, al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto. Deuteronomio 10, 17-19.
Otra vez se nos recuerda la necesidad de acoger al forastero, porque esa es una actitud predilecta de Dios. Además, la figura del extranjero se equipara a la de los huérfanos y viudas, como los seres más débiles de la sociedad, que necesitan por ello una especial predilección por parte del creyente:
No torcerás el derecho del forastero ni del huérfano, ni tomarás en prenda el vestido de la viuda. Deuteronomio 24, 17.
Y para quien oprima al forastero y no se muestre hospitalario la enseñanza es clara:
Maldito aquél que tuerce el derecho, del forastero, el huérfano o la viuda. Y todo el pueblo dirá. Amén. Deuteronomio 27, 19.
El diezmo trienal que el israelita debe separar de sus ganancias tiene unos claros destinatarios:
El tercer año, el año del diezmo, cuando hayas acabado de retirar el diezmo de toda tu cosecha y se lo hayas dado al levita, al forastero, a la viuda y al huérfano, que comerán de ello dentro de tus puertas hasta saciarse... Deuteronomio 26, 12.
Más adelante se insiste en el carácter de forasteros de los antepasados del pueblo de Israel:
Porque forasteros y huéspedes somos delante de ti, como todos nuestros padres. 1 Crónicas 29, 15.
Juan Pablo II insistía en su Mensaje del Día de las Migraciones del 2000 en la acogida amorosa del inmigrante con el cual se identificó el propio Jesús.
..La Iglesia, Madre y Maestra, trabaja para que se respete la dignidad de toda persona, para que el inmigrante sea acogido como hermano y para que toda la humanidad forme una familia unida, que sepa valorar con discernimiento las diversas culturas que la componen.
En Jesús, Dios vino a pedir hospitalidad a los hombres. Por esto, pone como virtud característica del creyente la disposición a acoger al otro con amor. Quiso nacer en una familia que no encontró alojamiento en Belén (Lc 2, 7) y vivió la experiencia del destierro en Egipto (Mt 2, 14). Jesús, que “no tenía donde reclinar la cabeza” (Mt 8, 20), pidió hospitalidad a aquellos con los que se encontraba. A Zaqueo le dijo: “Hoy tengo que alojarme en tu casa” (Lc 19, 5). Llegó a identificarse con el extranjero que necesita amparo: “Era forastero y me acogisteis” (Mt 25, 35). Al enviar a sus discípulos en misión, les asegura que la hospitalidad que reciban le atañe personalmente: “El que os acoge a vosotros, a mí me acoge; y el que me acoge a mí, acoge a Aquél que me envió” (Mt 10, 40). ...El Hijo de Dios se hizo hombre para llegar a todos, y mostró preferencia por los más pequeños, los marginados y los extranjeros. Al iniciar su misión en Nazaret, se presenta como el Mesías que anuncia la buena nueva a los pobres, trae la libertad a los cautivos y devuelve la vista a los ciegos. Viene a proclamar “el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18), que es la liberación e inicio de un tiempo nuevo de fraternidad y solidaridad.

Los obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones en su bella carta con motivo del Día de las Migraciones del 2000 apelan a la comunidad cristiana, a la parroquia a manifestarse como un verdadero espacio de amor, solidaridad, caridad y fraternidad:
En este sentido recordamos y pedimos a toda la comunidad cristiana, a las parroquias y a los demás grupos eclesiales, que abran sus puertas y que vivan el gozo de la acogida a los más desfavorecidos. El Santo Padre, en el mensaje del año pasado, nos decía que “la catolicidad no se manifiesta solamente en la comunión fraterna de los bautizados, sino también en la hospitalidad brindada al extranjero, cualquiera que sea su pertenencia religiosa, en el rechazo de toda exclusión o discriminación racial, y en el reconocimiento de la dignidad personal de cada uno, con el consiguiente compromiso de promover sus derechos inalienables”.
Nuestras parroquias son el espacio privilegiado para manifestar la catolicidad, tal como nos indica el Papa. Ellas son el lugar adecuado para hacer y para facilitar la integración, ya que están enclavadas en los barrios y zonas naturales donde malviven muchas veces los inmigrantes. Esta oportunidad nueva de vivir la catolicidad, unida a la diversidad de culturas y de valores que pueden aportar los inmigrantes, será una riqueza añadida.

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