Transcribimos lo que hemos podido leer hoy en la edición digital del periódico El Mundo, en una información de Pedro Simón:
Serán parados por la calle y se les enviará al fondo de la sala. Se les darán mil vueltas de gallinita ciega y se tapiará la salida del laberinto. Echarán la llave y los guardianes se comerán el candado porque así lo permite la ley.
Sin ruido ni voces en contra, el Gobierno ha abierto ya la vía legal al internamiento de clandestinos en España hasta año y medio. Aunque el artículo 62 del anteproyecto de la Ley de Extranjería aumenta los 40 días actuales de estancia en un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) a 60, lo cierto es que una excepcionalidad que recoge el mismo precepto consagra la eternización de su reclusión, a imagen y semejanza de la directiva de la vergüenza que le saca los colores a Europa.
Dice así: "El cómputo del plazo quedará suspendido mientras dure la tramitación y resolución de los procedimientos de asilo o de habeas corpus iniciados. Igualmente procederá dicha suspensión en caso de enfermedad del extranjero o por otras causas no imputables a la Administración que impidan o dificulten su salida de España".
Hasta ahora el Gobierno había vendido como titular de su reforma la consabida e "inevitable" ampliación a dos meses de la permanencia bajo vigilancia policial de los sin papeles. Pero el Grupo Inmigración y Sistema Penal (integrado por magistrados, jueces, fiscales, profesores y abogados) ha cavado hondo, ha traducido la letra pequeña y ha dejado al aire las cañerías de una norma que amenaza con quebrar el sueño de los que llegan encerrándolos sin fecha de caducidad.
El documento tiene 18 páginas, pretende modificar el plan del Gobierno en la tramitación parlamentaria y tilda el anteproyecto de "intolerable retroceso en los derechos de los extranjeros y en nuestro Estado de Derecho". "A diferencia de la actual regulación», concluye, «la propuesta permite que el plazo de 60 días se prolongue sin límite en determinadas circunstancias".
Las determinadas circunstancias a las que alude el informe son tres, los tres senderos que llevan a una pena infinita y berlusconiana. Que se lo digan al maliense Babou. Que se lo digan al boliviano Juan.
Los críticos al anteproyecto creen que internar sine die "mientras dure la tramitación y resolución de los procedimientos de asilo y de habeas corpus" conlleva "sancionar el ejercicio de dos derechos reconocidos por nuestra Constitución". En segundo lugar, hacerlo por enfermedad "supone una discriminación intolerable por razones de salud", como si al preso no se le computase el tiempo de privación de libertad mientras estuviese convaleciente. Y finalmente, está la última excepción, la que abre todos los cepos y tiende todas las celadas: suspensión del internamiento "por otras causas no imputables a la Administración que dificulten su salida de España".
De salir adelante la norma como está, se condenaría a la prolongación del encierro vigilado "en casi todos los supuestos en que concurran dificultades para emitir o hacer efectiva una orden de expulsión". La casuística que cabe en este cesto es demolera. Al clandestino se le congelaría el contador de días, pongamos por caso, porque se desconociera su nacionalidad, porque no hubiera convenios de extradición con su país de origen o porque éste no proporcionara la documentación necesaria.
Sin ruido ni voces en contra, el Gobierno ha abierto ya la vía legal al internamiento de clandestinos en España hasta año y medio. Aunque el artículo 62 del anteproyecto de la Ley de Extranjería aumenta los 40 días actuales de estancia en un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) a 60, lo cierto es que una excepcionalidad que recoge el mismo precepto consagra la eternización de su reclusión, a imagen y semejanza de la directiva de la vergüenza que le saca los colores a Europa.
Dice así: "El cómputo del plazo quedará suspendido mientras dure la tramitación y resolución de los procedimientos de asilo o de habeas corpus iniciados. Igualmente procederá dicha suspensión en caso de enfermedad del extranjero o por otras causas no imputables a la Administración que impidan o dificulten su salida de España".
Hasta ahora el Gobierno había vendido como titular de su reforma la consabida e "inevitable" ampliación a dos meses de la permanencia bajo vigilancia policial de los sin papeles. Pero el Grupo Inmigración y Sistema Penal (integrado por magistrados, jueces, fiscales, profesores y abogados) ha cavado hondo, ha traducido la letra pequeña y ha dejado al aire las cañerías de una norma que amenaza con quebrar el sueño de los que llegan encerrándolos sin fecha de caducidad.
El documento tiene 18 páginas, pretende modificar el plan del Gobierno en la tramitación parlamentaria y tilda el anteproyecto de "intolerable retroceso en los derechos de los extranjeros y en nuestro Estado de Derecho". "A diferencia de la actual regulación», concluye, «la propuesta permite que el plazo de 60 días se prolongue sin límite en determinadas circunstancias".
Las determinadas circunstancias a las que alude el informe son tres, los tres senderos que llevan a una pena infinita y berlusconiana. Que se lo digan al maliense Babou. Que se lo digan al boliviano Juan.
Los críticos al anteproyecto creen que internar sine die "mientras dure la tramitación y resolución de los procedimientos de asilo y de habeas corpus" conlleva "sancionar el ejercicio de dos derechos reconocidos por nuestra Constitución". En segundo lugar, hacerlo por enfermedad "supone una discriminación intolerable por razones de salud", como si al preso no se le computase el tiempo de privación de libertad mientras estuviese convaleciente. Y finalmente, está la última excepción, la que abre todos los cepos y tiende todas las celadas: suspensión del internamiento "por otras causas no imputables a la Administración que dificulten su salida de España".
De salir adelante la norma como está, se condenaría a la prolongación del encierro vigilado "en casi todos los supuestos en que concurran dificultades para emitir o hacer efectiva una orden de expulsión". La casuística que cabe en este cesto es demolera. Al clandestino se le congelaría el contador de días, pongamos por caso, porque se desconociera su nacionalidad, porque no hubiera convenios de extradición con su país de origen o porque éste no proporcionara la documentación necesaria.
'Dormía en el suelo porque en la celda éramos 12'
En Mali era vendedor de zapatos y aquí llegó a vigilante de obra nocturno, la vida a oscuras dentro de una caseta, durmiendo y echando las cuentas de la lechera a solas bajo la vía láctea. Hasta que se hizo pedazos el cántaro. Menudo sueño.
"Me paró la Policía por la calle y estuve 17 días en el CIE. No había hecho nada pero me metieron allí dentro... En la habitación había camas para ocho y en la mía éramos 12. Yo dormía en el suelo", recuerda. "No puedo entender que ahora quieran meter a la gente hasta 18 meses en un sitio como ese. Eso no lo puede aguantar nadie, es imposible, no es bueno, no es bueno".
Llegó a Tenerife en un cayuco con 84 personas cagadas de miedo. Dos años y medio después, tiene la ropa seca, pero es el mismo náufrago con sólo arena entre los dedos. No hay trabajo, no hay familia, no hay futuro. Padre ya le ha dicho que no pasa nada, que vuelva. Se lo viene diciendo desde hace meses: "No te preocupes, estamos aquí, ven, hijo, ven".
"Si no tengo trabajo me voy. Ahora estoy haciendo un curso de jardinería. No valgo para estar parado". Si regresa, dejará atrás a su novia brasileña, el maletín de sueños y esa niña a la que no abrazó.
Se trata de la bebita de una de las dos mujeres ecuatorianas que le tienen alquilada la habitación. Tiene casi un año. Babou procura no hacerle caso a la pequeña. Ni cuando le hace una pedorreta. Ni cuando le va con el elefante de colorines.
Babou lo aclara: es que no se quiere encariñar.
Llegó a Tenerife en un cayuco con 84 personas cagadas de miedo. Dos años y medio después, tiene la ropa seca, pero es el mismo náufrago con sólo arena entre los dedos. No hay trabajo, no hay familia, no hay futuro. Padre ya le ha dicho que no pasa nada, que vuelva. Se lo viene diciendo desde hace meses: "No te preocupes, estamos aquí, ven, hijo, ven".
"Si no tengo trabajo me voy. Ahora estoy haciendo un curso de jardinería. No valgo para estar parado". Si regresa, dejará atrás a su novia brasileña, el maletín de sueños y esa niña a la que no abrazó.
Se trata de la bebita de una de las dos mujeres ecuatorianas que le tienen alquilada la habitación. Tiene casi un año. Babou procura no hacerle caso a la pequeña. Ni cuando le hace una pedorreta. Ni cuando le va con el elefante de colorines.
Babou lo aclara: es que no se quiere encariñar.
'Me pegaron una paliza por coger la manta de un deportado'
Pasaba un día y otro día y el padre no aparecía por casa. Así que la madre decidió llevar al pequeño Cristian, de 11 años, al centro de internamiento donde estaba papá. Para que le corrigiera los deberes y le hiciera el caballito. Tenían ocho minutos por delante, lo que manda un reglamento bruñido en hierro.
�¿Qué estás haciendo aquí dentro, papi?
�Estoy haciendo unos cursos no más, para el trabajo.
�¿Y por qué están estos policías?
�Para vigilar que no entre nadie malo a molestarnos, hijo.
El pequeño se fue a casa y presumió en el cole de que su padre trabajaba con la Policía. Papá estuvo en el trabajo hasta 40 días.
"Allí no se puede estar tranquilo. Los policías te sacan a gritos y a golpes, te desnudan. Duchan en agua fría a los que se portan mal. A los que son de mi país nos dicen sudacas de mierda y cosas así", señala Juan, casado y con dos hijos. "Un día me dieron una paliza dos agentes. Porque cogí una manta. Es verdad que no era mía. Era de un deportado. Pero tenía frío".
"El bebé tenía cuatro meses cuando me encerraron. Yo tenía una tristeza bárbara y lloraba... La gente no va a aguantar 18 meses dentro. El ministro Rubalcaba tiene que ser más flexible con los sin papeles. Porque nosotros hemos venido a trabajar honradamente", comenta. ¿Y mañana? "Me quedé sin trabajo. Tengo hijos y no me alcanza para la leche ya. De seguir así nos volvemos a final de año. Qué se le va a hacer".
�Para vigilar que no entre nadie malo a molestarnos, hijo.
El pequeño se fue a casa y presumió en el cole de que su padre trabajaba con la Policía. Papá estuvo en el trabajo hasta 40 días.
"Allí no se puede estar tranquilo. Los policías te sacan a gritos y a golpes, te desnudan. Duchan en agua fría a los que se portan mal. A los que son de mi país nos dicen sudacas de mierda y cosas así", señala Juan, casado y con dos hijos. "Un día me dieron una paliza dos agentes. Porque cogí una manta. Es verdad que no era mía. Era de un deportado. Pero tenía frío".
"El bebé tenía cuatro meses cuando me encerraron. Yo tenía una tristeza bárbara y lloraba... La gente no va a aguantar 18 meses dentro. El ministro Rubalcaba tiene que ser más flexible con los sin papeles. Porque nosotros hemos venido a trabajar honradamente", comenta. ¿Y mañana? "Me quedé sin trabajo. Tengo hijos y no me alcanza para la leche ya. De seguir así nos volvemos a final de año. Qué se le va a hacer".
En la propia noticia hay un video que no tiene desperdicio, con testimonios tremendos.
Algún video nos permite ver las condiciones de los centros de internamiento:
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